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La tecnología nos vigila todo el rato, pero ¿por qué nos vigilan y como?
Estamos rodeados de oidos y ojos electrónicos con capacidad de escucharnos, vigilarnos, colocarnos sobre un mapa, saber nuestras costumbres y conocer nuestro entorno. Sabemos que el sistema de escuchas policiales Sitel es capaz de escuchar el sonido ambiente del micrófono de un teléfono móvil que recibe una llamada incluso antes de descolgar.
Todo es fruto de la tendencia de la llamada internet de las cosas: al final tenemos dispositivos en nuestro entorno que son inteligentes, en mayor o menor medida, y que están conectados unos con otro y con centros de datos, por ahí circula todo. Veamos hasta qué punto el Gran Hermano tecnológico nos vigila, a menudo sin damos ni cuenta.
El móvil
Les llamamos teléfonos, cuando son en realidad ordenadores que tienen una aplicación que se llama teléfono. La creciente potencia y capacidad de los smartphones multiplica su complejidad y también las posibilidades de su manipulación. Cuando se establece la comunicación con el terminal que permitirá que la llamada tenga lugar, en ese momento existe ya un canal de comunicación por lo que, técnicamente, es perfectamente posible abrir el micrófono, la cámara, lo que quieras, según el nivel de acceso que tengas.
Signalling System Number, o sistema de señalización por canal común numero 7 (SS7), es un conjunto de protocolos de señales telefónicas usados por la mayoría de las redes de telefonía mundiales mediante el que los elementos de una red intercambian información con otros en forma de mensajes. Los piratas informáticos acceden al sistema, redireccionando los mensajes y llamadas a sus dispositivos interceptando así la información. Al estar Facebook vinculado a tu teléfono móvil, pueden tener acceso a toda la red con tan sólo conocer tu contacto telefónico. Para acceder al perfil de la víctima, el ciberdelincuente pinchará la opción de contraseña olvidada, mediante la cual, y tras verificar el número de teléfono, la red social envía una nueva clave en forma de sms. Este mensaje ya ha sido previamente redireccionado al móvil del atacante, por lo que ya puede ingresar en la sesión de la víctima. Los investigadores han demostrado que el doble factor de autenticación permite hackear cualquier cuenta de Twitter, Gmail o Instagram.
Por otro lado, si me llama alguien con el teléfono intervenido y, como no veo la llamada, pues no cojo el teléfono; mientras el teléfono suena y no somos conscientes de ello, lo que estamos hablando entre nosotros lo está oyendo y grabando la Policía sin necesidad de instalar nada en el dispositivo
Las aplicaciones
Dependiendo de los permisos que concedamos a las aplicaciones que alegremente instalamos en móviles y tabletas, sus dueños tienen acceso a una gran cantidad de datos: localización del aparato, acceso a las fotos y vídeos del dispositivo, incluso a veces a la propia agenda del usuario, con la excusa de buscar otros usuarios con los que interactuar. Así damos acceso a compañías -y, a veces, a ciberintrusos– a un nivel muy profundo en nuestros dispositivos. Si encima permites que la aplicación envíe más información para mejorar el servicio, estás dando permiso a los responsables de la aplicación de turno para hacer casi lo que quieran.
Existen herramientas que afirman ser capaces de monitorizar el uso de los teléfonos corporativos -o el de los de nuestros hijos- a fondo. Por supuesto, muchas aplicaciones son una puerta de entrada a malware espía que puede exponer todo tu contenidos a terceros. Y los propios servicios de espionaje de medio planeta utilizan programas espía como FinFisher de Gamma Group o las plataformas de control remoto de Hacking Team, con capacidad para espiar en todo tipo de sistemas.
El coche
En plena euforia de coche conectado, los problemas en cuanto a la vigilancia son muy parecidos a los que tienen los teléfonos inteligentes. De hecho, coche y móvil tienen cada vez una relación más estrecha. Aquí no hablamos de los automóviles autónomos y sus posibles problemas -como el hackeo de sus sistemas o las cuestiones de responsabilidad ante posibles accidentes- sino simplemente lo que el vehículo puede llegar a saber de ti.
Existe una enorme cantidad de datos que se pueden recoger de un conductor sin que éste apenas se entere: cómo conduce, a qué velocidad, si es prudente o agresivo, si es propenso a bruscos acelerones o frenazos, por dónde circula (gracias al GPS), qué música escucha si utiliza algún servicio online… Y la vigilancia no sólo se limita al propio vehículo, sino a las carreteras y las calles por las que circula: cámaras, sensores y radares se encargan de medir y controlar el comportamiento de los ciudadanos al volante.
Esos datos son muy valiosos para, por ejemplo, la compañías aseguradoras, que podrían variar los precios de sus clientes de una forma personalizada.
La televisión y las consolas
Las consolas de videojuegos fueron pioneras a la hora de introducir cámaras y micrófonos en el salón de casa, pero su generalización llegó con el boom de los televisores inteligentes conectados a internet.
Los televisores conectados a Internet son capaces de captar imágenes y audio, especialmente la voz del usuario, para interpretar movimientos y recibir órdenes.
Una vez que tienes el televisor conectado a internet, y ésta tiene micrófono, estás perdido: te pueden espiar en tu propia casa, de forma relativamente fácil además, escuchar lo que pasa en el salón del dueño del aparato ya no es ciencia ficción, sino una realidad.
Más y más conectados
En un mundo con cada vez más dispositivos conectados, cualquier objeto ‘inteligente’ que disponga de sensores, cámaras o micrófonos puede ‘vigilar’ tus movimientos y enviar datos a servidores que raramente sabemos dónde están. ¿Está tu nevera conectada a la Red? ¿Y tu lavadora? ¿Y la cámara que controla al bebé de la habitación de al lado?
Tal y como advierten expertos en ciberseguridad como James Lyne, máximo responsable de investigación de la compañía Sophos, las tecnologías y técnicas asociadas al fenómeno big data -recogida y análisis masivo de datos- hace que sea muy fácil estar constantemente monitorizado y, casi siempre, desconocemos hasta qué punto. Desde el punto de vista tecnológico, en la época analógica, no era posible tanto intrusismo, pero con la llegada de más y más electrónica las posibilidades se ampliaron. Incluso con el teléfono apagado, hay determinadas aplicaciones con privilegios suficientes capaces de dar la posibilidad a un tercero de encender el teléfono; igualmente podrían activarte el micrófono.La única forma segura 100% de que no te estén haciendo nada con el teléfono es romperlo. Estamos muy, muy expuestos, y cada vez lo estaremos más.
La falta de empatía, es decir de la ausencia de emociones ante hechos dañinos para las personas de nuestro entorno. Los psicópatas carecen de empatía y por lo tanto, sienten indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Una persona normal, ante un atropello se asustaría y se identificaría con el dolor de la víctima como algo propio, intentaría socorrerla, ayudarla o llamar a los servicios de emergencia, un psicópata no. El psicópata nace, no se hace. Se calcula que el 15 % de la población presenta características de psicopatía, pero suelen pasar desapercibidos porque al contrario de lo que muchos puedan pensar, la mayoría no son asesinos y saben distinguir entre el bien y el mal por aprendizaje, es decir, que aunque sientan el dolor ajeno, pueden ayudar a alguien porque es lo que se espera de ellos. Además, en la sociedad actual suelen ocupar puestos en los que precisamente se valora la falta de empatía: jefes de recursos humanos, militares etc. Paradójicamente, algunos de estos psicópatas pueden llegar a convertirse en personas admiradas, por su éxito profesional, ya que no tienen reparos en hacer lo que sea para alcanzar sus objetivos, o como héroes por el número de bajas que causan entre el ejército enemigo (aunque suela incluir civiles entre las víctimas).
Pero los verdaderos héroes también existen, es decir, personas que arriesgan su vida para salvar la de otros. Muchos han sido famosos, pero la mayoría son anónimos, exactamente igual que sus antagonistas: los psicópatas. No todos seríamos capaces de lanzarnos al mar en una tempestad para salvar a alguien, ni de rescatar a un niño que se encuentre en medio de tiroteo, por poner dos ejemplos, aunque os podéis imaginar muchos más.
Y entonces, qué es lo que hace que unas personas sean psicópatas y otros héroes. La neurociencia aporta una información crucial en el estudio de las diferencias cerebrales entre unos y otros. La corteza cerebral orbitofrontal relacionada con el procesamiento cognitivo de toma de decisiones, tiene una actividad inusualmente baja o nula en los psicópatas cuando se les muestran imágenes de catástrofes, personas asesinadas etc, mientras que en los héroes, esta parte del cerebro muestra una actividad más elevada de lo normal. Lo mismo sucede con la amígdala, mucho más activa en situaciones que generan emociones de mayor tamaño en los héroes que en los psicópatas. Esta estructura subcortical está implicada en el procesamiento y la respuesta a las emociones.
No obstante, a lo largo de la historia, hemos visto personas perfectamente normales que, en determinadas situaciones pueden comportase como monstruos. Los militares y civiles alemanes que antes y durante la segunda guerra mundial discriminaron, primero y luego aceptaron como normal la aniquilación de millones de judíos y personas contrarias al nacionalsocialismo. ¿Por qué el gobierno hegemónico de los hutus, provocó la masacre del 75% de los tutsis de Ruanda en la que participaron milicias y civiles? Y también recientemente en Europa la aniquilación de cientos de miles de kosovares por parte de los serbios. En todos los casos, la mayoría de las víctimas habían convivido tranquilamente con sus vecinos hasta que el continuo bombardeo psicológico con discursos de odio, el fomento de la creencia en la superioridad de unos frente a otros, responsabilizar al diferente de todos los males, llegan a calar hasta tal punto en la población que, ven a los otros como enemigos, e incluso como “no personas”, lo que hace más fácil que no sientan su muerte o incluso la celebren.
La reducción al absurdo es una técnica matemática que, aplicada a la psicología consigue solucionar conflictos que pareceren irresolubles. Si quieres demostrar tu propuesta y no consigues hacerlo directamente, creas un mundo paralelo en que tu proposición favorita sea falsa y, en un ejercicio tenaz de crueldad filosófica, deduces que ese mundo es absurdo y no hay por donde cogerlo. Por el contrario, si quieres convencer a alguien de que su idea es errónea, no se lo digas directamente: muéstrale adónde conduce su idea si se lleva al extremo. Él mismo lo entenderá entonces.
La estrategia psicológica de que nos pongamos en el lugar del otro suele ser un error en los conflictos. Si el otro es malo por naturaleza, ponerse en su lugar solo ayuda a odiarlo. Lo difícil no es entender al otro, sino hallar el máximo común divisor que aún te permite alcanzar un acuerdo con él. Se puede cambiar la forma en que la gente ve las situaciones, pero no con mensajes explícitos, que suelen resultar contraproducentes, sino con manipulaciones inteligentes que lleven a la reducción al absurdo.
La utilización del pensamiento paradójico enfría las posiciones de los más radicales. Por ejemplo, en una situación de conflicto militar, bombardear la mente de los contendientes con mensajes como «la guerra produce heroes, así pues necesitamos el conflicto» o «para mantener nuestro bienestar necesitamos la guerra» ayuda a «descongelar» la mentalidad de los bloques enfrentados. El pensamiento paradójico ayuda con los más radicales porque evoca bajos niveles de desacuerdo: no les llevan la contraria de forma directa, un enfoque erróneo que ya se sabe que será contraproducente. No despierta esa disonancia en el cerebro porque no pone en tela de juicio su sistema de creencias, sino que simplemente deja en mal lugar la imagen de su grupo, lo que invita a replantear cómo mejorarla.
Recientemente, el fenómeno Tabarnia ha irrumpido en la esfera política y social de Cataluña y España. Esta iniciativa promovida por la plataforma Barcelona is not Catalonia y que, en principio parecía una broma, ha llegado a regoger más de 50.000 firmas en 4 días.
La pregunta sería: si Cataluña fuera un sujeto político, la siguiente cuestión a determinar de modo ineludible era la de cuántos sujetos políticos se entiende que existen en España. ¿Tantos como comunidades autónomas?, ¿o la relación se ha de hacer con otros criterios? En el fondo, tal vez lo que más importe del debate abierto por la propuesta de constitución de una comunidad autónoma diferenciada del resto de Cataluña llamada Tabarnia sea precisamente que plantea bajo otra luz la discusión acerca de qué debemos entender por sujeto político, dejando en evidencia las inconsistencias de la forma en que el independentismo, e incluso el soberanismo no expresamente independentista, ha abordado dicha discusión. En el caso de que la propuesta de la nueva comunidad autónoma prosperara, que su hipotético éxito se debería en gran medida a un discurso que le habrían elaborado sus más recalcitrantes adversarios. Todas las presuntas obviedades que estos han estado utilizando profusamente para intentar legitimar su propósito secesionista (ya saben: queremos votar, tenemos derecho a decidir nuestro futuro, esto va de democracia, la legalidad no puede estar por encima de la voluntad popular, etc.), hasta conseguir crear en la opinión pública catalana una disposición bastante generalizada en lo que se refiere a los asuntos relacionados con lo territorial e identitario, ahora operan a favor de la propuesta de Tabarnia.
Ignoro el futuro que le aguarda a esta propuesta, pero si prosperara sería muy probablemente porque sus partidarios habrían actuado como avezados yudocas capaces de revertir en provecho propio el impulso del adversario. O, con otras palabras, que la eficacia del relato independentista, consagrado como hegemónico durante los años del procés, habría terminado, en una de esas paradojas que de vez en cuando tiene la historia, por jugarle a ese mismo independentismo la peor de las malas pasadas.
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